
Por Wilson Gómez Ramírez
Impacto severo nos ha causado la alevosa noticia que da cuenta del repentino fallecimiento de un consagrado médico barahonero, buen amigo y recto dominicano que por mucho tiempo se había establecido en la vecina isla de Puerto Rico: Ganímedes Florian.
Cuando sus progenitores decidieron ponerse este nombre lo hicieron apelando a la mitología griega que hace referencia a aquel héroe divino llamado Ganímedes o al satélite más grande del Sistema Solar; la verdad es que distinguieron a este hijo con un singular nombre al que él tributó honor.
Muy temprano se distinguió por su pasión y esfuerzo en aras de alcanzar la mayor superación personal, fue un cultor de la inteligencia, estudiante de reconocido rendimiento, esmerado en lo concerniente a su imagen personal, un ciudadano de ejemplar conducta personal y profesional.
Este talentoso barahonero, compueblano de nuestra más elevada estima, consagró su vida al trabajo noble de la medicina, nunca se desvinculó de su país y mantuvo permanente interés en lo que respecta al acontecer de su patria chica, Barahona.
Su casa paterna, aquella casona de la Nuestra Sra. Del Rosario casi esquina Gral. Cabral, se constituyó durante años en un refugio de adolescentes que colmaban la sala para ver los tradicionales programas meridianos de los años 70s, en especial “El Show del Mediodía”, su Festival de la Voz o su sección humorística “La familia Sinforosa”; entonces no abundaban los televisores y sólo la manifestación abierta y generosa de doña Mariana Peña y don Antonio Florián, permitía la literal ocupación diaria de aquella vivienda.
El, conjuntamente con sus hermanos y hermanas, estaban formados para actuar bien en la vida, no podía ser de otra manera de quienes emergían de aquel armónico y ejemplar hogar, que pese a ser una familia numerosa, nunca advertimos allí una nota discordante.
En su juventud fue recto de conducta, escapaba a las informalidades, y ante cualquier broma pesada reaccionaba impetrando respeto; era una persona inclinada al rigor protocolar y, por tanto, bastante organizado.
La desaparición física de este amigo-hermano deja un vacío en la casilla de los ex-alumnos distinguidos del Liceo “Dr. Federico Henríquez y Carvajal” de Barahona, y un hondo dolor en el pecho de sus amigos de infancia que tan de cerca le trataron, entre los que se incluye el autor de estas tristes letras.
Atrapados en el asombro que nos causa la inesperada muerte sentimos un duro golpe que nos logra calmar, la aroma balsámica con que nos unge su vida digna y limpia hasta este abrupto, fatal e inesperado final.
Espontáneamente cae, como telón de teatro al término de una obra que se llama “Vida”, un trozo de la canción del argentino Cortez:
Cuando un amigo se va
Queda un espacio vacío
Que no lo puede llenar
La llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
Queda un tizón encendido
Que no se puede apagar
Ni con las aguas de un río.
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